jueves, 15 de julio de 2010

Juan León el Africano: La geografía del desarraigo


“A mí, Hasan, hijo de Mohammad el alamín, a mí, Juan León de Médici, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy El Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también El Granadino, el Fesí, El Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía”.

El novelista y ensayista libanés afincado en París Amin Maalouf publicaba en 1986 una de sus más aclamadas ficciones históricas, “León el Africano”, una obra extensa y compleja que sirvió en su momento no ya para recuperar, sino más bien para “universalizar” la figura de un inquietante baluarte de la historia de la literatura de viajes de todos los tiempos y, por supuesto, de un referente de los estudios geográficos de África en el siglo XVI. Decía el propio Maalouf que se trataba de una “puesta en escena, una dramatización de nuestros propios sueños y fantasmas. Una escritura, por otro lado, que tiende a servirse de la verdad más bien que a servirla, y cuyas únicas obligaciones son de carácter estético, pudiendo en consecuencia desentenderse de la veracidad histórica y sustituir legítimamente la realidad por lo verosímil, y lo verosímil por lo imaginario”. El beirutí puso así cara y cuerpo a un viajero granadino incansable, erudito, contradictorio y polémico que, en efecto, a pesar de ser musulmán, fue bautizado en el cristianismo por la mano misma del Papa León X, quién lo acogió en su seno de Roma -tras haber sido capturado por no se sabe muy bien si corsarios o naves cristianas y entregado como “obsequio” al pontífice- por las extraordinarias dotes intelectuales que atesoraba. Palabras aquellas las de Maalouf que justificaban el hecho de que los pocos datos biográficos disponibles sobre León el Africano proceden, como señala Luciano Rubio, “de las breves, fragmentarias y, a veces, incoherentes noticias que de sí mismo nos da él a través de su obra” -la por muchos siglos célebre “Descripción de África y de las cosas notables que en ella se encuentran”, acabada en Roma en 1526- y de otras referencias casi insignificantes de algunos que pudieron llegar a tener contacto directo con él como el editor Giovanni Battista Ramusio, que incluyó la “Descripción...” en su “Navigationi et Viaggi”, o de oídas de otros que lo conocieron, en el caso de Juan Alberto Windmannstad, quien probablemente se basó en las palabras del cardenal Egidio de Viterbo, alumno de lengua árabe del mismo León el Africano durante su estancia en Italia.

Un hijo del camino

Lo que sí está claro es que León el Africano nació en Granada poco antes o inmediatamente después de que los Reyes Católicos conquistaran el último bastión nazarí de al-andalus (1492), aunque lo más seguro es que lo hiciera en 1487 o 1488. Fue llamado Hasan ibn Muhammad al-Zayyati al Fassi. Pronto conoció las vicisitudes, los restos y las asperezas del camino, puesto que sus padres, miembros de una acomodada familia, decidieron exiliarse en Fez antes de la Pragmática de 1502 con la que se decretaba la expulsión de territorio español de los mudéjares que no se hubieran convertido al cristianismo. Allí creció y se educó envuelto en las postrimerías de la Reconquista, cuando españoles y portugueses hostigaban las costas magrebíes, y en medio de una gran crisis provocada por la penetración turca en la orilla sur del mediterráneo y el intento de expansión hispano por lo que hoy es Marruecos. En Fez estudió la lengua árabe y el Corán, Teología y Derecho y, por iniciativa de su padre, tomó ya contacto con la dureza de los viajes al visitar en varias ocasiones el sepulcro del santón Sidi Bu Yazza, un protector contra el peligro de los leones (el pánico casi enfermizo que sintió hacia estos grandes felinos se hace notar en varias ocasiones en su “Descripción...”), situado en la ciudad de Thagia, provincia de Temesna, a una distancia de unas ciento veinte millas de Fez. Un lugar al que volvería en muchas ocasiones, ya en edad adulta, para cumplir con sus votos, que resultaron por lo visto bastante efectivos puesto que jamás fue atacado por ninguna de estas bestias y se manifiestan serias dudas sobre si alguna vez llegó a vislumbrarlas, aunque él mismo afirme que en dos ocasiones estuvo a punto de ser devorado por leones.

Pero su primera gran travesía fue la que efectuó, a los dieciséis años, según sus propias palabras, a Timbuctú, capital del imperio Shongay, en compañía de un tío suyo, notable orador y poeta, en misión diplomática por encargo del sultán de Fez para con el régulo de la próspera ciudad (hoy en Malí), llamado Askia Muhammad Turé. Allí tuvo oportunidad de mostrar sus precoces habilidades intelectuales al “obsequiar” con palabras al señor de Teneueues, en la región de la Hascora, para el que compuso un poema y quien le dio una gran acogida, actuando en nombre de su tío, que se excuso de visitar a esta autoridad aduciendo que no le estaba permitido a un orador del rey (sultán) visitar a los señores que se hallaban fuera del camino previsto para no retardar el servicio. Se cree que aquellos versos quedaron impresos en un librito llamado “Canzonetta”, obra desconocida pero citada por el propio Juan León.

“Vi y recorrí...”

A su regreso de Timbuctú Juan León prosiguió con sus estudios hasta que a su finalización decidió realizar el hayy, la peregrinación a La Meca, uno de los cinco pilares del Islam. Pero no se limitó a un viaje de ida y vuelta: “Al principio de mi juventud vi y recorrí la Arabia Desierta, Feliz, Petra y también la parte de Egipto que pertenece a Asia, Babilonia, parte de Persia, Armenia y parte de Tartaria...”. Era el primero de sus dos viajes a Constantinopla. De regreso a Fez entró a servir en la corte de los últimos soberanos de la dinastía Banu Marin y posteriormente a la del jerife Muhammad, lo que le permitió, aunque fuera en circunstancias de guerra, recorrer casi todo el Magreb. Durante ese tiempo llevó a cabo labores diplomáticas y de acompañamiento, como la efectuada junto al comisario del rey de Fez a la ciudad de Tadla. También en ese período estuvo en localidades como Efza o Salé -dónde recogió por escrito los epitafios de los sepulcros de Almanzor y sus descendientes-. Una época en la que a base de ir y de venir de Fez tuvo la oportunidad de empaparse y anotar los usos y costumbres de numerosas localidades, tanto rurales como urbanas, que luego dejaría escritas en su “Descripción...”, aunque tuviera que realizar actividades tan poco dignas como la compra de esclavas en puntos como Tagavost. O algunas otras lucrativas, como la segunda visita a Timbuctú, tras pasar unos meses contra su pesar en Siyilmassa.

En Timbuctú asistió al incendio que destruyó la mitad de la ciudad, probablemente en el año de 1512. Al parecer ese viaje estaba relacionado con el comercio de sal y fruto del cual ganaría un buen dinero. Y, por supuesto, sus pies le volvieron a llevar al sepulcro de Sidi Bu Yazza, su particular conjuro contra el ataque de los temidos leones. Fue testigo en este tiempo, transcurrido aproximadamente entre 1508 y 1515, de numerosas batallas, como las de Arzila o Mahmora.

Aproximadamente entre 1516 y 1517 tomó por segunda vez rumbo a Constantinopla, tiempo en el que llegó a ser testigo incluso del encuentro bélico entre las tropas de los Reyes Católicos con las del pirata Barbarroja en Bugia. En el camino de vuelta volvió a pisar Egipto, pero esta vez cuando el país había sido conquistado ya por el sultán turco Selim.

Cautivo y cristianizado (pero poco)

Un año después de su paso por Egipto y tras haber visitado Numidia este viajero y cronista incansable se encontraba en Trípoli, desde donde tomó un barco que le debería devolver a la costa de Marruecos para, seguramente, volver a su ciudad de residencia, si es que este hijo del camino llegó a tener alguna. Pero en la isla de Yerba fue apresado por embarcaciones no se sabe muy bien si pertenecientes a una escuadra cristiana o a corsarios sicilianos. Este hecho tuvo lugar entre los años 1519 y 1520. En cualquier caso fue hecho prisionero y entregado como regalo, “como tesoro inestimable”, al Papa León X, Juan de Médicis, que pronto quedó prendado de la personalidad e inteligencia de su huésped forzado, hasta tal punto que le asignó una buena cantidad de dinero para que ni se pensara eso de huir. Además le instruyó, al parecer personalmente, en el cristianismo, llegando incluso a bautizarle por su propia mano un 6 de enero de 1520, dándole su propio nombre, Johannes (Giovanni) Leo (Leone) de Médicis, que llevó al andalusí a cambiar su onomástico en lengua árabe por el de Yuhanna al-Asad al-Garnati, es decir, Juan León el Granadino. El nombre con el que se le conoció posteriormente fue el que le dio su propio editor, Giovanni Bautista Ramussio: Giovanni Leone Africano.

Realmente no estaba bien visto que un Papa acogiera en su seno, por muy renacentista que fuera, a un infiel, por muy inteligente que fuera. Es de suponer que el uno se decidió por aplicarle el agua santa para librarse de las incómodas habladurías y el otro aceptó con objeto de no tener que ser señalado con dedos acusadores ni palabras envenenadas. Todos tan contentos. Lo cierto es que de su estadía en Italia poco o nada se sabe. Únicamente que su vida se hizo más sedentaria, aunque para un viajero siempre en marcha eso del sedentarismo sonara poco menos que a broma. Por eso no es extraño pensar que en su estancia allí realizó numerosos viajes a diferentes ciudades, tal como señalan los citados Ramusio y Widmannstad. Lo que si es cierto es que en Italia escribió numerosos libros, al parecer hasta nueve, casi todos ellos perdidos, como la “Grammatica araba”, “Dell` abreviamento delle croniche moumettane”, la “Operetta della Rethorica araba” o el proyecto que pensó en llevar a cabo de escribir una obra sobre la religión mahometana, que no se sabe si llegó a concluir o siquiera a empezar. Además de la “Descripción...” dos libros más se salvaron de la desaparición o el desconocimiento: el “Libellus de Viris quibusdam illustribus apud arabes” y el “Vocabulario Arábigo-Hebreo-Latino”, hoy este último en los fondos árabes de la Biblioteca de El Escorial (Madrid). En diciembre de 1521 el Papa León X murió y Juan León se quedó sin protector. Marchó entonces a Bolonia. Poco más se supo ya. Juan Alberto Windmannstad intentó contactar con él en 1531, pero no lo encontró en Roma. Al parecer, y aunque esto no haya podido ser contrastado hasta la fecha, este geógrafo singular volvió a Túnez y abrazó otra vez la fe del Islam. El Africano estaba de nuevo en África, en su África, donde acabaron sus días... seguramente.

Apuntes sobre la “Descripción general del África”

A finales del siglo IX la geografía árabe comenzó a tener una importancia notable desde un punto de vista estratégico, al tratarse de un imperio en expansión que necesitaba “mejor conocer para mejor dominar”. Toda esa información, transmitida a través de libros en árabe, la lengua no más hablada pero si considerada como la de la casta militar dominante, sirvió para establecer unos elementos de logística inexistentes hasta entonces, para la administración burocrática o, simplemente, para establecer mejoras en las comunicaciones que servirían para el nacimiento y desarrollo de lo que a posteriori se entenderían como estudios científicos geográficos o relaciones de viaje en las que se ampliaban ya los horizontes formales para dotar a los textos de un contenido estético de lectura más asimilable sin que ellos supusiera una merma en la erudición de lo narrado. Ya en el siglo XII magrebíes y andalusíes comienzan a escribir las llamadas “rihlas”, relatos de viaje en los que se pormenorizaban las vicisitudes de sus peregrinaciones obligadas a La Meca, aunque algunos de estos autores como Ibn Battuta o Ibn Yubair, tangerino uno, valenciano el otro, traspasaron los límites de las ciudades santas y alcanzaron lejanas tierras y objetivos en principio no previstos. No serían los únicos ni los últimos. A finales del siglo XV y principios del XVI imperaban sobre todo los textos relacionados con los diccionarios geográficos, las cosmografías y geografías universales y las enciclopedias histórico- geográficas, además de, por supuesto, las rihlas.

Sin embargo la irrupción de Juan León el Africano en la geografía traería una nueva concepción, al llevar a cabo una especie de simbiosis entre el llamado género de los Itinerarios y los estados (o de las Ciencias y las rutas y provincias), más propio de los siglos XIII y posteriores, con los textos clásicos, especialmente griegos. Es decir, que fusionó en su obra dos tradiciones geográficas hasta entonces enfrentadas: la árabe y la europea.

Según el propio autor finalizó la redacción del trabajo en marzo de 1526, cuando todavía permanecía en Italia a pesar de que su mecenas el Papa León décimo había ya muerto hacía cinco años. Escribió el libro en italiano a partir de notas tomadas en árabe durante sus largos periplos. Cuatro años después su editor Ramusio la incluyó en una obra de conjunto titulada “Navigatione e Viaggi”, que se publicó en Venecia en 1550. Durante siglos fue un referente sobre el Islam y el norte de África, puesto que hasta entonces la visión que se tenía de África -y que Juan León en numerosos registros de su obra también asume- es la de una tierra habitada por bestias y hombres “a medio hacer” de costumbres poco menos que salvajes y que casi en lugar de hablar proferían gruñidos.

La obra está dividida en nueve partes muy desiguales en extensión: la primera esta dedicada a Generalidades sobre África y en la que ya se puede atisbar una clasificación geográfica del continente -Berbería, Numidia, Libia y Tierra de los Negros-; en la segunda se sumerge en el suroeste marroquí, en especial en la ciudad de Marrakech; la tercera la ocupa casi exclusivamente el reino de Fez; la cuarta se centra en Tremecén; la quinta está dedicada a Bugía y Túnez; la sexta es la que engloba el sur de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia; la séptima la dedica al País de los Negros, la octava es para Egipto; y la novena y última la dedica a ríos, animales, vegetales y minerales de África.

Perlas

Para comprender en toda su amplitud la “Descripción...” y entender las vicisitudes de las informaciones que da, a menudo desde su punto de vista cosmopolita -de hecho Juan León siente gran admiración por las ciudades pero reniega de los ámbitos rurales- es necesario tener en cuenta que su visión es la de un hombre desarraigado, sin patria, de buena familia y de gustos refinados. Por eso en algunas partes sus palabras pueden resultar incluso ofensivas, como las dedicadas a las enfermedades más frecuentes de los africanos, cuando dice que los hombres “son muy molestados por el dolor de estómago, al que llaman, por ignorancia, dolor de corazón” y que según el la causa está en beber “agua muy fría”. Dice también que los hombres de la Tierra Negra son “gentes muy rudas, sin razón, sin ingenio, espíritu ni práctica; no tienen noción de cosa alguna; viven también como las bestias brutas...”, palabras que contrastan con las que dedica a Fez, su urbe de adopción, “una bellas y gran ciudad rodeada de altos y bellos muros”. Desde luego que no escatima palabras para referirse a sus temidos leones, y llega a decir que “cuando una mujer se encuentra sola ante un león en lugar apartado no tiene más que mostrarle su sexo: el león lanza un fuerte rugido, baja los ojos y se va. Puede creerse lo que se quiera”.

Luis Conde-Salazar Infiesta